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Vivimos en una sociedad que solo parece pensar en términos de derechos. Lo que prima es tenerlo todo, tenerlo fácil y tenerlo ya. Justo eso es lo que se nos promete, de una forma o de otra, en la publicidad de numerosas empresas que se nutren sin complejos de la denominada cultura del pelotazo.

Desde muy diversas fuentes se nos intenta vacunar frente al valor de la reflexión, la renuncia, la perseverancia o la responsabilidad. Eso parece pasado de moda. El paradigma que impera se caracteriza por la queja, el victimismo, la exigencia, el vacío interior y el consumo compulsivo.

Se sigue percibiendo el poder como algo externo, lejano y en manos de unos pocos privilegiados. Bien es algo que hay que conquistar o bien algo de lo que hay que defenderse. Pero rara vez se lo percibe como algo interno que las personas ostentan (dignidad y autodominio) o pueden ostentar por sí mismas.

El debate no se encuentra en como ser más, sino más bien en como tener más. Tanta relevancia ha adquirido en nuestros tiempos la cultura del placer que la cultura de la virtud ha quedado reducida a una especie de antigualla inútil.

«… la felicidad se relaciona con lo único que alcanza a ver el “mundo chato”: la riqueza en vez de la sabiduría, la fama en vez de la dignidad, el éxito en vez del respeto a uno mismo, la imagen en vez de la autenticidad, la juventud en vez de la madurez, la limosna en vez de la compasión, la descarga sexual en vez de la relación afectiva, etc, etc, etc.»
Ken Wilber

Se nos quiere dar a entender que el progreso pasa por el olvido de las aparentemente inútiles humanidades. Los cuentos, las leyendas, las religiones, las filosofías, los símbolos o los mitos han venido a ser una especie de lastre o un grave impedimento frente a nuestros hedonistas «derechos» del tener. Por desgracia nuestra sociedad parece haber olvidado que es justo entre sus líneas donde se esconden las más esclarecedoras claves para la comprensión del alma humana en su camino hacia el sentido y la libertad.

“Los cuentos de hadas son concebidos como una descripción objetiva que reflejan la realidad espiritual vital de ser humano, ya que, dan sentido de pertenencia, de identidad, nos guían en un determinado proceso de desarrollo, nos dicen cuáles son los valores de nuestra sociedad, los roles adscritos a cada género, cuál es nuestro origen y cuál debería ser nuestra meta”.
Rudolf Steiner

Pero, ¿qué se puede esperar de un paradigma como el actual que tiende, casi de forma sistemática, al reduccionismo materialista?

En un mundo donde toda la complejidad del alma humana ha quedado reducida al funcionamiento de una neurona, ¿cómo no entender que el cultivo de la virtud haya quedado reducida al simple disfrute de los placeres mundanos?

El verdadero autodominio no consiste tanto en la soberbia apropiación de la vida para uno mismo, como en la humilde capacidad de entregarla. La gran paradoja es que, únicamente dar la vida, entregarla en servicio de los demás, es tenerla. No se tiene lo que uno no es capaz de dar.

También llama la atención que desde tendencias nacionalistas se nos siga queriendo dar a entender que hay libertad en adueñarse de lo externo y cerrarse; cuando, como vemos, el verdadero poder no es el de la egoísta autosuficiencia y la cerrazón, sino el del autodominio para el servicio; no es el de la exclusión del otro, sino el de la fraterna cooperación.

La virtud se revela frente al sometimiento a las pasiones y a las codicias que se extienden en el mundo bajo la tapadera de una mal entendida libertad. Existe otro tipo de libertad y de poder que nada tiene que ver con el dominio de los bienes, las personas o los territorios; sino que nace de la entrega a un orden superior que nos une y nos trasciende como seres individuales.

Parece mentira que entre algunos que se dicen «progresistas» aún persista la influencia de éticas tan perniciosas como la de la filosofía epicúrea. Ésta ética se caracterizaba por su egocentrismo, ya que buscaba por encima de todo el placer y bienestar individual. Epicuro le daba gran importancia a la amistad. Le gustaba reunirse en su casa con sus amistades, pasar un buen rato y evitar cualquier sufrimiento. Su énfasis moral se enfocó en el individuo y en sus deseos inmediatos de placer corporal y mental, en lugar de los principios abstractos de la conducta recta. Los epicúreos vivían de forma autosuficiente, como hedonistas con una filosofía moral de egocentrismo práctico. Evitaban por ejemplo preocuparse por las necesidades de los pobres y los problemas sociales, a menos que afectaran de alguna manera a su felicidad individual. La única función de la sociedad civil que Epicuro reconocía era la de detener a aquellos que podían causar dolor a los individuos.

La honestidad se contrapone a lo útil, al placer y al dolor (en contra de los Epicúreos) y representa el fin mismo al que debe aspirar el ser humano para ser recto. Marco Tulio Cicerón

Aún sin haber llegado a conocer la religión cristiana, personajes de la época de Epicuro como Seneca tenían muy claro lo nocivo que podía ser para la sociedad, y para ellos mismos, éste tipo de éticas irresponsables, del vivir yo tranquilo y bien acomodado junto a los míos, gozando de los bienes materiales, sin pensar demasiado. Y en cuanto a los demás, pues que se busquen la vida y no molesten. Es la ética del privilegio y el aburguesamiento más descarado. Bien triste es constatar como abunda, e incluso se ensalza, esta complaciente ética en nuestros días.

En resumen, la filosofía epicurea era partidaria del bienestar hedónico (obtención de placer), mientras que la filosofía estoica era partidaría del bienestar eudaimónico, del cual lo más relevante era el desarrollo armónico del potencial humano.

¿Qué nos impide, en efecto, decir que la felicidad de la vida consiste en un alma libre, levantada, intrépida y constante, inaccesible al miedo y a la codicia, para quien el único bien sea la virtud, el único mal la vileza, y lo demás un montón de cosas sin valor, que no quitan ni añaden nada a la felicidad de la vida, ya que vienen y se van sin aumentar ni disminuir el sumo bien?
Lucio Aneo Seneca (Nacido en Córdoba hacia el año 4 d.c.)

Aunque sea comprensible que en momentos de dificultad no haya nada más seductor que esconder la cabeza y acurrucarse en el sedante seno de los placeres, Europa, y la sociedad occidental en su conjunto, debería prevenirse seriamente frente a la insolidaridad y el indolente aburguesamiento. La sociedad occidental debe dejar de mirarse en el ombligo de su prosperidad material y comenzar a asumir responsabilidades en relación con las miserias del mundo que le rodea.

No es extraño que toda disciplina de vida que apunte hacia la virtud pueda revestir para las personas más «mundanas» una apariencia de retrógrada austeridad, incluso aunque ello no implique idea alguna de sufrimiento; simplemente porque tal ascesis descarta forzosamente las cosas que ellos perciben como las más importantes para la vida humana, y en cuya búsqueda y atesoramiento ocupan gran parte de su existencia.

Se confunden los que piensan que la afirmación de nuestros valores debería conducir de forma sistemática a una vida más placentera. Por el contrario, la afirmación de nuestros valores muy a menudo implica dolor y renuncia. Bien lo saben por ejemplo los que hayan tenido que superar un vicio, una actividad compulsiva o una adicción. El dolor, la renuncia y la aceptación suelen ser acompañantes ineludibles en el camino hacía la virtud, la realización y la libertad. En muchas ocasiones sabemos que «lo que hay que hacer» no es placentero. Aún así no podemos dejar de hacerlo si queremos seguir sintiéndonos coherentes con nuestros principios más profundos.

La disciplina o ascesis occidental se corresponde con el sánscrito tapas; El significado primero de tapas es el de «calor»;  el de un fuego interior que debe quemar lo que los cabalistas llamarían las «cortezas», es decir, destruir todo lo que es un obstáculo para en la plena realización del ser humano. La relación de este fuego interior con el «azufre» de los herméticos es concebido igualmente como un principio de naturaleza ígnea. El fuego simboliza purificación en numerosos cuentos, leyendas y tradiciones (recordemos por ejemplo las hogueras de San Juan). Se «quema» lo viejo, y de ello, emerge un ser renovado.

Pensemos también por un momento en el gusano que muta en mariposa. El proceso de desprenderse de lo accesorio incorpora un cierto esfuerzo y una renuncia; algo siempre debe quedar atrás. De la misma forma, si la ascesis adquiere a menudo el sentido de esfuerzo penoso o doloroso, no es porque se le atribuya un valor o una importancia especial al sufrimiento como tal (eso sería masoquismo), sino porque la puerta de la virtud es estrecha precisamente para que no entre ningún ego inflado. Por su propia naturaleza, el desapego de las pasiones alienantes es siempre y a la fuerza algo penoso para el individuo. Sin embargo no hay en ello nada que sea asimilable a una «expiación» o a una «penitencia» de tipo religiosa. Tan sólo una visión tendenciosa y superficial de las cosas puede inducirnos a tal error.

Deprenderse-de-lo-accesorio

Tampoco hay aquí nada que entender desde un punto de vista escatológico. No se trata de que, liberarse de la vida indigna asociada a los bajos instintos, pueda constituirse en un gesto beneficioso para un supuesto Dios o una supuesta vida postmortem. Por el contrario, se trata de que esa renuncia es altamente beneficiosa para la comunidad en ésta misma vida en la cual vivimos, y no en ninguna otra. Claros ejemplos los podemos encontrar en la corrupción de nuestros políticos y en el perjuicio que ello implica para el bienestar social.

No estamos aquí para «ir al cielo», como se creía; sino, por el contrario, para traer el cielo a la tierra de la mano de la virtud. Y ésta no supone otra cosa que el disfrute de una vida recta, abnegada, honrada, justa, responsable y solidaria para con los demás.

Quiero finalizar este post expresando desde aquí más sentido pésame a las víctimas del atentado de París, que hoy mismo, ha tenido lugar en la sala de conciertos Bataclan.

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