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Ante la crisis que padecemos, parece bastante extendido el debate entre las estrategias “sociales” de la igualdad para todos financiadas a costa de las arcas públicas, y las estrategias que priman la diferencia alcanzada mediante la competencia feroz o la insolidaridad.

Por un lado, en primer lugar, la tendencia es a igualar a todos por abajo, ya que las iniciativas para generar riqueza se diluyen a causa de la desmotivación. Se constata que estas estrategias, lejos de tender a acabar con los pobres, tienden sobre todo a acabar con los ricos, a los que se presume injusta e ilegítimamente diferentes. Evocando al justiciero Robin Hood se desea repartir «la tarta», pero al final lo que ocurre es que deja de haber tarta alguna que se pueda repartir.

Por otro, en el segundo caso, parece que la tendencia es a que se radicalicen las diferencias sociales, la discriminación y la cruel explotación del hombre por el hombre.

Parece que tanto los partidarios de una postura como los de la contraria, podrían tener parte de razón, aunque no toda.

Desde aquí me gustaría apuntar a otra alternativa que se situaría en algún punto intermedio entre las dos ya citadas. Es la alternativa que yo voy a denominar del talento y la creatividad.

Ya se ha visto que el Estado no tiene la capacidad de financiar la igualdad, en especial porque cuando así sucede, la iniciativa individual para generar riqueza se vuelve cómoda, y finalmente desaparece instalada en el victimismo. También se ha visto que el esfuerzo puede llegar a enajenar al hombre maltratándolo o haciéndole perder su dignidad.

La alternativa de primar el talento y la creatividad, frente a la igualdad o el sacrificio enajenante, presenta en cambio grandes ventajas.

La igualdad no debería ser entendida como la de la fotocopia o la uniformidad mimética (quasi militar) de todos los hombres. Tal igualdad es ficticia. Más allá de posibles casos de discriminación por motivos de raza, sexo, religión, etc.. es innegable que no todos los hombres son iguales ni poseen los mismos talentos. A día de hoy ya es algo bastante aceptado que existen múltiples tipos de inteligencia.

Paradójicamente, parece que un auténtico respeto a la igualdad exige de manera inevitable la integración de la diferencia. Por tanto, para que exista un verdadero respeto por la igualdad, resulta necesario estimular la confianza y la manifestación espontánea del talento individual.

Por otra parte, también es necesario destacar que el esfuerzo no siempre va unido a la presencia del talento. Éste, a diferencia del conocimiento, no es susceptible de ser adquirido. Si bien es cierto que existen esfuerzos que afirman a las personas potenciando la expresión de lo que ya son, no lo es menos que también existen esfuerzos que anulan a las personas obligándolas (quizá en aras de la supervivencia) a luchar por alcanzar a ser lo que no son, adulterándolas. Lo que marca la diferencia es precisamente la presencia, o no, de un concreto talento. Así pues, la cultura del esfuerzo no siempre será capaz de encaminar al hombre hacia su plenitud, por mucha riqueza material que aquel pueda llegar a generar en un momento dado.

Parece necesaria una reorientación de los actuales sistemas educativos. Tales sistemas deberían huir, por un lado, del aprobado (o la superación de curso) para todos, propio de las políticas de “igualdad”. Pero también de la cultura del esfuerzo enajenante encaminado a que todos cumplan exactamente los mismos objetivos, discriminando injustamente a todos aquellos incapaces de alcanzarlos.

El origen etimológico del término educación procede de “ex-ducere”, que significa “sacar fuera, extraer lo que ya existe dentro en un estado potencial”. Quizá la educación debiera recuperar un acento de tipo socrático más orientada hacia la Mayeútica y el famoso “Conócete a ti mismo”, que hacia la autómata consecución de objetivos o la mera memorización de conceptos. Memorizar conceptos para luego volcarlos el día del examen, no es una conducta humana sino más bien robótica. Cualquier máquina puede actuar así a nada que se la programe adecuadamente.

Por el contrario, los sistemas educativos deberían actuar como auténticos detectores y potenciadores de talentos. El descubrimiento y la expresión de los talentos innatos tiene mucho más que ver con la confianza, la espontaneidad creativa y la iniciativa personal, que con las conductas autómatas teledirigidas. Lo primero afirma la vida y afirma al hombre. Lo segundo, incluso con esfuerzo, lo instala en la enajenación, la dependencia, la negación represiva de sí mismo y la limitación.

Casi cualquier persona puede llegar a ser rico o pobre en la vida. Lo que en mi opinión marca la diferencia, es si uno se ha descubierto a sí mismo potenciando sus talentos naturales, y si se ha decidido espontáneamente a entregarlos abundantemente en alguna forma de servicio constructivo. Esto es auténtica responsabilidad, y no la de hacer rutinariamente (sin sentido) «los deberes» que diariamente se nos imponen desde el exterior.

Hablo de un servicio que en primer lugar uno se debe a sí mismo, al propio disfrute entusiasta del sujeto (La caridad, o empieza por uno mismo, o no empieza). Y en segundo lugar, un servicio a la sociedad en su conjunto.

Dicho lo anterior mi particular visión es la de que, frente al igualitarismo o el sacrificio enajenante, sólo el estímulo al libre desarrollo y entrega del talento individual aúna en un solo impulso igualdad, justicia y generación de riqueza. Y no solo eso, seguramente de esta forma también se logre aunar al fin ocio y negocio ¿Qué más se puede pedir?

Tampoco es que desee desde aquí restarle valor al aprendizaje de cualquier técnica, sino solo al aprendizaje no sustentado por una vocación innata que lo llene de sentido, de emoción, de solvencia.

Stephen Hawking (uno de los más grandes físicos teóricos del mundo) revela en su último libro «El Gran Diseño», tras innumerables y sesudas reflexiones, que el universo material no nació de un supuesto Dios, ni tampoco de la evolución, sino espontáneamente, partiendo de la nada. Y yo me pregunto ¿Qué es esta sorprendente conclusión sino mera creatividad? Creatividad, en estado puro. Quizá por eso las mejores ideas suelan nacer del más absoluto silencio.

Termino con una ilustrativa frase de Albert Einstein:
«La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que rinde honores al sirviente y que ha olvidado al regalo.»

Y esta otra de Camilo José Cela:
«Para el éxito sobra el talento; para la felicidad, ni basta»

¿Y tú? ¿Te sientes sobrexplotado o desaprovechado? ¿Cómo ves la educación actual de tus hijos?

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