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Desde pequeños se nos inculca la idea que para ser apreciados y sentirnos integrados en la sociedad, hemos de hacer méritos (muchos méritos). Así que, supuestamente, tenemos que partir de la premisa de que cuando somos niños, ni somos dignos ni estamos integrados. Algo en la sociedad adulta parece indicarnos que aún «no somos», sino que tenemos que «llegar a ser».

No resulta demasiado extraño si tenemos en cuenta que, según el Génesis, fuimos desterrados del Edén y desde entonces necesitamos «GANARNOS el pan con el sudor de la frente».

En el fondo todos anhelamos estar integrados, pertenecer, ser apreciados, sentirnos unidos a los demás (alcanzar el cielo). Y, por otro lado, no deseamos vernos desplazados, condenados o marginados (ir al infierno). A una escala más doméstica nadie quiere, por ejemplo, repetir curso o ser despedido de su trabajo. La gente hace prácticamente «lo que sea» para evitar que eso suceda. ¿Cuantos padres «no viven» para evitar la tan temida repetición de curso de sus hijos?

Es cierto que todos deseamos la ABUNDANCIA que incorpora el hecho de vernos y sentidos unidos a todo y a todos. Por contra, nadie quiere la ESCASEZ inherente al hecho de verse solo, desterrado, olvidado, desasistido, desprotegido… «caído». Por ese motivo solemos acceder sin demasiados reparos a afrontar nuestra particular «carrera» de méritos orientados hacia la prometida y, confiamos en que definitiva (fija, indefinida, como en los contratos) integración.

Curiosamente, si preguntáramos, probablemente casi nadie sabría explicar ni cómo ni cuando se perdió tal deseada integración o sentimiento de unidad. Sencillamente es algo que heredamos de padres a hijos y que todos parecemos tener asumido sin más, de forma tácita.

Pero, ¿de qué estamos hablando?

Lo que en realidad hay entre los polos de la anhelada integración y el temido destierro es TENSIÓN, INSEGURIDAD e INDIGNIDAD. Pero además, no de cualquier manera, sino asumidos como un auténtico estilo de vida.

Si le quieres llamar de otra manera podemos hablar de estrés, de miedo abstracto, de angustia vital, del ser o no ser existencial. Éste suele ser el principal sentimiento que acompaña el ser humano corriente.

La gran paradoja de toda ésta situación es que, por la vía del sacrificio enajenante o la adulteración, la anhelada integración NUNCA llega a alcanzarse. Si alguien no se había dado cuenta, ya es hora de que vaya despertando de la pesadilla. Alguien dirá… «pero si yo iba ya muy adelantado en mi abnegada acumulación de méritos y me he esforzado muchísimo. Y además, alguna cosita ya he conseguido…». Es igual, por esa vía NUNCA se alcanza. Y si algo consigues (a codazos), después descubrirás que necesitarás otra cosa.

Si deseas una imagen más gráfica puedes pensar en la famosa rueda del hamster. Ahí estamos montados. Si has visto la película, éste es nuestro particular «matrix».

Y ahora la pregunta del millón ¿Cómo nos bajamos de esta «rueda» de angustia vital que parece no tener fin? ¿Se puede vivir de otra manera?

La respuesta es: aprendiendo a caminar entre los polos del temido destierro y la anhelada integración. Es lo que llaman el camino estrecho; también denominado «caminar por el filo de la navaja».

La clave está en comprender que, tanto el destierro como la integración, son simplemente dos proyecciones mentales, dos abstracciones. No poseen sustancia real. Pero nos cuesta asumirlo, pues tendemos a actuar mucho de cabeza (con severidad) y poco de corazón (con dulzura).

La buena noticia que te doy aquí es que no es verdad que «tengas que llegar a ser». No necesitas más sesudas dificultades ni más retos imposibles. Más allá de las interminables exigencias de tú mente atemorizada, tú ya eres en tu interior TODO lo que tienes que ser.

Por ese motivo, desde aquí te invito a que olvides cualquier modelo de vida artificial que puedas haberte visto obligado a asumir en el pasado, suéltalo, libérate de ese lastre. Párate, respétate, recupera tu dignidad, vive el instate, SIÉNTELO, sé auténtico, haz lo que realmente quieres hacer, lo que de verdad te importa, lo que no te cansa, comprométete con ello, disfrútalo mucho y sé feliz. Trata de ser muy vigilante en esta nueva actitud. Mantenla viva en todas tus relaciones; ya sean afectivas o laborales. Y todo lo demás (la anhelada integración y la abundancia) irá recayendo en ti poco a poco, por añadidura, sin que te tengas que preocupar mucho.

Pero cuidado, hacer lo que te gusta no va tanto de sensaciones del exterior, como vibraciones del interior. Si el acento lo pones en la sensación que puedes llegar a obtener (en el futuro), entonces vuelves a perder a tu Dios interno y te caes del «filo de la navaja». Sin casi percibirlo, has vuelto subirte a la rueda del hamster. Si descubres que te ocurre, párate. Afina de nuevo tu actitud. Vuelve a subirte al «camino estrecho». Recupera el sabor de la tu afirmación interna. Afiánzate ahí en tu actuar y no temas.

Seguramente recuerdes el conocido pasaje bíblico en el que Jesús expulsa violentamente a los mercaderes del templo. Su pretexto fue que aquél «era un templo de oración y no una cueva de ladrones».

A la luz de todo lo anterior, quizás ahora te sea más fácil comprender que el templo al que Jesús se refería, no era un templo externo ni de otra época, sino a tu propio «templo» interior, al de cada uno de nosotros. Así que si te descubres REGATEANDO tu dignidad con el exterior, ENGAÑÁNDOTE o ADULTERÁNDOTE para intentar acaparar reconocimientos, logros o méritos; entonces es que tu particular templo interior se ha anegado de mercaderes y estafadores.

Por tanto, trata de no volver a verte tentado con ningún nuevo objetivo o acontecimiento redentor (una nueva fijación mental). Tan solo preocúpate de no perder tu Dios interno al actuar, ahora. Traslada tu confianza sólo a tu propia vibración interior, a la inteligencia vital que te generó y que también sustenta toda la vida en el planeta; abandónate a ella. Vive en la condición de hijo de Dios, tan solo porque sabes que tus actos nacen de Él, de su inspiración dentro de ti, instante a instante. Vive tu propio fuego interior, confía en ti mismo, sigue tu propio impulso y ¡actúa con pasión!

Pero si de repente te has percatado de que tu templo interior se encuentra de nuevo «invadido por mercaderes» regateando o estafando con falsas promesas del exterior, expúlsalos lo antes posible. No negocies por más tiempo tu elevada dignidad. Respétate en tu interior y actúa siempre desde la plena aceptación amorosa de ti mismo.

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