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No es lo mismo el esfuerzo que el sobreesfuerzo. Podría decirse que el natural desarrollo de los animales y las plantas incorpora un cierto esfuerzo, sin embargo los humanos tendemos a sobreesforzarnos. Muy a menudo esta conducta resulta contraproducente pues pueden quedar maltratados nuestros sentimientos, los de los demás e incluso los de muchos animales y plantas del planeta. Convertimos a nuestro propio cuerpo o al de otros seres en simples medios para la consecución a ultranza de nuestros fines mentales. Es el caso por ejemplo de la avaricia o la lujuria.

Veamos como se relaciona todo esto con la física.

Actitud de protección

La inseguridad personal nos invita a rodearnos de apegos. Mediante ellos intentamos sentirnos protegidos. Sin embargo un apego excesivo a logros pasados o futuros puede terminar por alienarnos volviéndonos cosa. Entonces nos convertimos en hombres objeto de tales ambiciones o posesiones. De esta forma, la natural expresión de la vida en nosotros deja de ser un fin en sí mismo.

Ya lo vimos en el anterior post de la física de las emociones. Un apego excesivo a logros pasados o futuros puede suponer tener que pagar un alto precio en términos de estabilidad emocional, de vitalidad o de salud. Lo que por un lado ganamos (o podemos llegar a ganar) en lo material, por otro lo perdemos internamente en lo energético o inmaterial.

La dinámica descrita podría definirse como una especie de castración en la que nuestra vida queda presidida por el sobreesfuerzo y la limitación. Uno parece pasarse la vida como un estado de «intento permanente» de alcanzar la plena satisfacción, pero a la vez, sin llegar a conseguirlo nunca. Recordemos el perro que da círculos persiguiéndose la cola. Es una especie de constante quiero y no puedo.

Una actitud de protección sostenida en el tiempo produce estrés, compromete nuestra vitalidad, merma seriamente nuestro sistema inmunológico, nos bloquea mentalmente e inhibe nuestro desarrollo.

Como metáfora de esta situación también se podría pensar en un toro de lidia. Enviste y enviste, pero cada vez se desgasta más sin llegar a alcanzar casi nunca su objetivo. Finalmente muere. En nosotros tal objetivo sería la realización personal y la sensación de plenitud.

En la física de la Dinámica de sistemas se describe un estado que se le parece mucho: el bucle de retroalimentación negativo. Tal estado da lugar a equilibrios (en sistemas físicos) o a homeostasis (en sistemas biológicos) en los cuales el sistema tiende a volver automáticamente a su punto de partida.

Un par de ejemplos de este tipo de bucles los podemos encontrar en un termostato y la cisterna del inodoro. En ambos casos el sistema tiende a compensar automáticamente (de forma reactiva) cualquier cambio para que las cosas finalmente se queden exactamente igual que estaban.

PRIORITARIO: LA GANANCIA SENSORIAL

La física de las emociones II

SECUNDARIO: EMOCIÓN NEGATIVA

Cuando permanecemos en actitud de protección, el objetivo de todo movimiento intencionado irá encaminado a compensar, o incluso prevenir, cualquier cambio. Nuestro objetivo último será lograr quedarnos otra vez donde estábamos: nuestra personal zona de confort.

Por ejemplo, puede ser que por un lado deseemos mantener a toda costa nuestra relación laboral o afectiva, pero por otro lado también puede que estemos pagando un elevado precio en términos de vitalidad o de salud. Lo que por un lado ganamos desde un punto de vista sensorial, por otro lo perdemos desde un punto de vista anímico o energético. Y mientras tanto nuestra vida permanece estancada desde el punto de vista de nuestra realización personal.

«…acumulad tesoros en el cielo (interior), donde ni la polilla ni la herrumbre destruyen, y donde ladrones no penetran ni roban; porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón» Lucas 12:34

La realización personal es algo intímamente vinculado al sentir. Si uno no vibra por dentro con lo que hace es muy probable que se encuentre alejado de su propósito vital. Y por mucho que su vida sea ajetreada, en el fondo no existirá un verdadero crecimiento.

Es interesante destacar que personas que viven en este estado de gano/pierdo (o viceversa) no saben tampoco relacionarse con los demás en términos diferentes a estos. Es decir que sus acuerdos con los demás tienden a que uno gane y el otro pierda. No importa demasiado quien es el que gana o el que pierde. Lo importante es el desequilibrio que caracteriza a este tipo de acuerdos. Podemos pensar por ejemplo en un empresario que sobre explota a sus trabajadores o a los recursos del planeta. Puede que por un lado él gane en términos materiales, pero por otro lo pierde en términos de estrés propio, del afecto de sus trabajadores y su rendimiento, o de la merma de los recursos del planeta.

Cabe la posibilidad de que existan personas que no han parado de hacer cosas en su vida pero que, sin embargo, no han experimentado casi nunca una verdadera actualización de sus potencialidades. ¿No es esto lo suficientemente importante como para hacernos reflexionar, tanto desde un punto de vista personal como social? Recordemos que no toda acción es verdaderamente fértil y que no todo lo que se mueve es verdadera acción.

¿Donde está pues la diferencia entre un acto que de verdad nos permite crecer y otro que solo presenta una cualidad aparente?

Actitud de crecimiento

Partamos de la base de que según el físico y premio Nobel, Louis De Broglie: toda materia es onda y toda onda es materia. La naturaleza de la materia es ondulatoria.

Si nos preguntamos cómo es posible que un impulso tan sutil como el que ejercería una mariposa al posarse sobre una hoja provoque cambios altamente significativos en nuestra vida, podríamos encontrar la respuesta en un principio físico llamado frecuencia natural y en el fenómeno de la resonancia.

En el universo todo tiene una frecuencia natural, es decir, una cadencia oscilante derivada de la vibración de cada partícula que lo conforma. Cada sistema, objeto o estructura en el universo posee su propia frecuencia natural. Pero en ocasiones se produce el fenómeno de resonancia, es decir, un fenómeno por medio del cual la frecuencia propia de un determinado sistema (resonante) coincide con la frecuencia de otro de excitación (emisor). En este caso, la onda es sumatoria y aumenta la intensidad (la energía) de las oscilaciones del sistema. En condiciones de resonancia una fuerza de magnitud relativamente muy pequeña aplicada por el emisor puede lograr grandes amplitudes en el resonador.

El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que un hombre tomó y sembró en su campo; el cual en verdad es la más pequeña de todas las semillas; pero cuando ha crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, de tal manera que vienen las aves del cielo y hacen nidos en sus ramas. (Mr.4,31-32)

En dinámica de sistemas estaríamos hablando de un bucle de retroalimentación positiva que tiende a incrementar su energía indefinidamente. Un ejemplo de este tipo de bucles lo podemos encontrar en un columpio. El columpio como resonador tiende a oscilar en su propia frecuencia natural. Si sabemos darle un empujoncito en el momento oportuno (frecuencia de excitación o de resonancia) podemos conseguir que el columpio oscile cada vez a mayor altura. Si no existiese rozamiento la energía podría incrementarse exponencialmente.

Se denomina frecuencia de resonancia a aquella frecuencia característica de un cuerpo o un sistema que alcanza el grado máximo de oscilación.

Todo cuerpo o sistema tiene una, o varias, frecuencias características. Cuando un sistema es excitado a una de sus frecuencias características, su vibración es la máxima posible. El aumento de vibración se produce porque a estas frecuencias el sistema entran en resonancia.
Wikipedia

Encontramos otro ejemplo en la copa de cristal que se rompe al entrar en resonancia con la voz del cantante lírico. También han existido puentes (como el de Tacoma) que han llegado a romperse al entrar en resonancia con empujes periódicos del viento.

SECUNDARIO: LA GANANCIA SENSORIAL

La física de las emociones II

PRIORITARIO: EL REFUERZO INTERIOR O EL SENTIMIENTO DE AFIRMACIÓN

Lo mismo nos ocurre a nosotros cuando «resonamos» por dentro con una actividad que nos apasiona. Sentimos que nos llenamos de energía. En ese momento tomamos contacto con nuestra particular frecuencia de resonancia, la que nos faculta para el crecimiento y para la manifestación de nuestro máximo potencial de expresión. No solo sentimos más energía, sentimos que esa energía es contagiosa y que también revitaliza a las personas con las que nos relacionamos. Ahora nuestras relaciones y acuerdos son del tipo gano/gano.

Conviene saber que si tú sales de un encuentro con más energía interna, los demás también saldrán con más. Y si sales con menos, los demás también saldrán con menos.

«La lámpara del cuerpo es el ojo (interior); por eso, si tu ojo (interior) está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz» Mateo 6:22

Puedes pensar en el típico ejemplo del diapasón. Cuando se hace sonar uno, todos los demás diapasones afinados en la misma nota comienzan a vibrar (resonar) al unísono. Se trata de un refuerzo por vibración sincrónica.

Los denominados líderes resonantes (carismáticos) saben que el estado de ánimo se contagia. Por eso un líder resonante puede ser un potente conductor del estado de ánimo de su particular grupo de colaboradores. La empatía es una competencia básica del líder resonante. Sin embargo, para que una persona llegue a convertirse en un líder carismático, antes es imprescindible que él mismo haya tomado contacto con su propia y particular vocación o frecuencia de excitación. De lo contrario le resultará muy difícil irradiar, por mucho que lo intente. Y los demás, aún sin ser muy conscientes de ello, sentirán ante él una cierta sensación de estafa.

Todo en el Universo «vibra» de forma armónica. Es un equilibrio perfecto. Todo tiene un propósito y un sentido en las leyes de la naturaleza. ¡Y nosotros somos parte de eso! Tan solo necesitamos afinar nuestra particular nota vital.

¿Cómo actúan las células individuales en relación al crecimiento y la protección? Las células individuales únicamente saben adoptar de forma excluyente una disposición de protección (en entornos agresivos) o de crecimiento (en entornos favorables).

Curiosamente, al contrario que ocurre con las células individuales, las respuestas de crecimiento y protección en los organismos multicelulares no son excluyentes: no es necesario que las cincuenta mil células de nuestro organismo tengan que estar en fase de crecimiento o de protección al mismo tiempo. La proporción de células que adoptan uno u otro tipo de respuesta depende de la gravedad de la amenaza percibida (recordemos que la percepción humana suele ser una mera interpretación subjetiva). Es cierto que se puede sobrevivir a la tensión que provoca una de estas amenazas, pero la inhibición crónica del crecimiento puede compromete de forma grave nuestra vitalidad y puede ir disecándonos sutilmente desde dentro, minando poco a poco nuestra energía vital.

Es importante tener prioridades y que seamos más sensibles en cuanto a qué es lo realmente importante en nuestras actividades. Está en juego la armonía y la abundancia que podemos llegar a experimentar en términos anímicos, de salud y de nuestras relaciones con los demás.

La evolución natural dotó a los animales de respuestas automáticas directamente enfocadas a su adaptación al medio y a su supervivencia. El ser humano, como animal que es, incorporó también en su naturaleza dichos instintos. Es así que durante miles de años su principal motivación ha sido la de la supervivencia propia (frente a otros -motivación egocéntrica-) o la de su tribu (frente a otras posibles tribus enemigas – motivación etnocéntrica-).

El contrapunto del frentismo y las actitudes de protección lo podemos encontrar en la empatía que concilia lo aparentemente opuesto, estimulando el crecimiento de todos los implicados. La empatía puede ser definida como la capacidad de reconocer en el otro la esencia común, más allá de las apariencias o de los hechos puntuales.

Los reptiles no sienten prácticamente empatía alguna por sus congéneres. Los mamíferos comenzaron a incorporarla en relación con SUS familiares más cercanos. El hombre, como especie más evolucionada, amplió aún más ese campo de empatía (de conciencia) a los miembros de SU tribu, de SU equipo, de SU religión, de SU raza, de SU región o de SU país. Sin embargo la evolución aún nos depara un nuevo reto (quizá definitivo): el de continuar extendiendo nuestra capacidad empática hasta alcanzar absolutamente a todos los seres vivientes del planeta, incluyendo a todos aquellos que, aún hoy, podamos seguir considerando como despreciables o como enemigos. Ha llegado el momento evolutivo del altruismo y la compasión que no contempla separación o división alguna (en éste sentido la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 fue sin duda un gran paso adelante).

Las emociones negativas y las conductas reactivas (estímulo-respuesta) han sido y son especialmente importantes en tanto la conciencia humana es limitada, ya que la reactividad es una característica inherente a los estados limitados de conciencia (lo que no soy yo o no es mío por un lado [estímulo] versus lo que soy yo o considero mío por otro [respuesta]). Sin embargo, desde la conciencia de totalidad (que lo abarca todo sin exclusión) las emociones y las conductas reactivas pierden en gran parte su sentido. Por el contrario, primará la armonía de todos los seres actuando directamente desde la inspiración de un único campo de conciencia compartido.

Hasta ahora, salvo casos excepcionales, la principal actitud del hombre ha sido la de la protección reactiva frente a enemigos externos, reales o potenciales. Sin embargo la naturaleza demanda desde hace tiempo un nuevo salto evolutivo en el cual la prioridad ya no es la sectaria protección de lo propio, sino la armonía, la prosperidad y la vibración al unísono (en la misma nota) de todos los seres. A medida que la capacidad empática o de conciencia se vaya expandiendo en la especie humana, la influencia de la inteligencia emocional (reactiva) irá poco a poco perdiendo relevancia frente a la influencia de la inteligencia espiritual (sincrónica).

Con la aparición de las primeras células vivas se inició un viaje evolutivo hacia cotas cada vez mayores de conciencia. Ese viaje clama ahora su final con la plena integración de la especie humana en el seno de la conciencia de unidad.

Estimados lectores, confío en que este nuevo post dedicado a la física de las emociones os haya gustado tanto como el anterior.

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