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En los dos posts anteriores hablamos de la naturaleza humana desde la óptica de la energía (eléctrica) y de la alquimia respectivamente. Continuando con la exploración iniciada en esos posts, en esta ocasión enfocaré las etapas del desarrollo humano desde el Tetramorfos cristiano.

Soy consciente de que la religión no es algo muy popular en nuestros días, pero estoy convencido de ello es así porque no muchas personas llegan a captar sus verdaderas consignas; más allá de los habituales tópicos y ritos.

Ya vimos que el hombre llega a la materia (tierra) cargado de dones o potencialidades (a modo de semilla). También vimos que cada persona tiende a expresar de forma espontánea unas concretas sensibilidades o afinidades. Con el tiempo se ve atraído por un concreto tipo de personas o actividades a las que intuye afines. El niño, en sus primeros meses o años, es puro, inocente, espontáneo, noble y decidido. Pero a la vez sin conciencia alguna sobre donde está, quién es o qué hace aquí.

Al hilo de lo anterior, ¿no es curioso que al evangelista Mateo se le represente con un angelito? A Mateo le debemos precisamente el pasaje de la visita de los Magos de oriente. Aspecto éste que no aparece en ninguno de los otros evangelios. Tan sólo los Magos parecen saber del potencial oculto de aquel niño. Para el resto del mundo Jesús es aún un completo desconocido (un hombre-semilla). El negro del Nigredo alquímico parece adecuado para representar esta etapa en la que lo qué se ha de manifestar aún permanece oculto, como en incubación.

En el esquema con el que vengo ilustrando estos posts yo he puesto un paracaidista y un tesoro oculto. Perfectamente podría haber puesto también un angelito.

Tetramorfos (Ignacio-Duro)

A medida que el niño va creciendo comienza a verse arrastrado por los apegos y se olvida de sí (de su misión). El niño pierde así su paz inicial. Su alma queda recluida, reprimida. Ahora se contempla lleno de carencias que necesita saciar mediante conquistas. Sin embargo, como añadido a las expectativas de conquista, viene también la tensión, las frustraciones y la rabia derivada de los posibles fracasos. El ser humano se plantea numerosos retos, pero rara vez queda satisfecho. Desea, se falsifica, se afana, entra al trapo, enviste una vez tras otra, y sufre. Así es su vida en esta fase. Es la vida entendida como intento permanente desde el orgullo y autosuficiencia, aunque normalmente en vano. Tan pronto conseguimos nos cansamos de lo conseguido, y pensamos que necesitamos otra cosa, y volvemos a empezar. Pero la resistencia y la dificultad siguen siempre presentes. Todo ello nos recuerda a la conducta impulsiva del toro. Según lo señala Carl Jung, «no es más que una parte del héroe, quien al sacrificar al animal, sólo renuncia simbólicamente a su instintividad». La muerte del toro implica, simbólicamente, la dominación de la libido o energía psíquica en su aspecto instintivo.

El Albedo es la fase alquímica de la actividad en falso, del sometimiento, de las apariencias y de las vanidades. También es una fase de purificación o mortificación que perfectamente puede ser asociada con la Cuaresma cristiana. Lo que preside esta fase es la complacencia sensorial y la inestabilidad emocional (a la que se la relaciona con el elemento agua).

Al hilo de lo anterior, ¿no es realmente curioso que al evangelista Lucas se le represente con un toro o un becerro? Es privativo de este evangelio el relato de la conocida parábola del Hijo Pródigo. Pocas parábolas resultan más representativas del orgullo y la autosuficiencia humanas que ésta.

Cansado de luchar, de envanecerse y de «envestir», finalmente es posible que el ser humano decida volver hacía su interior para rescatar, cuidar, consolar y respaldar a aquel niño interior que había quedado olvidado en su más temprana infancia. Pero no será fácil darle un giro a una trayectoria vital que a estas alturas puede estar ya muy consolidada. Esta reconciliación con lo esencial de uno mismo, más allá de las atracciones o reclamos del mundo, exigirá mucha honestidad, nobleza y coraje (espíritu). Es una fase de transformación e ignición del fuego interior. Perfectamente se puede asociar con la Pascua (paso, transición) cristiana.

«Y aconteció que cuando él llegó al campamento, y vio el becerro y las danzas, ardió la ira de Moisés, y arrojó las tablas de sus manos, y las quebró al pie del monte. Y tomó el becerro que habían hecho, y lo quemó en el fuego , y lo molió hasta reducirlo a polvo » Éxodo 32,19

Al hilo de lo anterior, ¿no es curioso que al evangelista Marcos se le represente con un león? No hay animal que mejor refleje el paradigma de la nobleza y el coraje que el león. A diferencia de los otros dos evangelios sinópticos, el evangelio de Marcos no contiene material narrativo acerca de la vida de Jesús anterior al comienzo de su predicación. Para Marcos lo único importante en Jesús es su muerte y su resurrección.

Si la fase anterior culmina con éxito, la persona puede llegar a alcanzar el completo dominio de sí mismo y encontrarse por encima de alteraciones emocionales propias de sus actividades egóicas (aguas). No es que ya no sienta, sino que ahora lo hace desde otra altura. Sus sentimientos son de otra calidad, de mayor calado. Ya no se ahoga en las dañinas emociones, sino que puede conmoverse con el sufrimiento de los demás sin perder un ápice de su fortaleza. Le mueve ante todo la compasión y la empatía. Su conexión interior lo hace altamente estable y sensible. Esta conexión le nutre ahora constantemente de la abundancia y la fortuna que antes le estaba vetada. Reconectado con su niño interior (alma) ya es capaz de avanzar con audacia hacia el cumplimiento de su misión (acción sin reacción). La persona emerge de las procelosas aguas de las emociones para comenzar a volar (aire). El Rubedo es la última de las fases alquímicas y se corresponde adecuadamente con la Ascensión cristiana.

Tetramorfos - Idéntittas coaching

Al hilo de lo anterior, ¿no es curioso que al evangelista Juán se le represente con un águila? El águila es el paradigma del dominio majestuoso ejercido desde las alturas. El evangelio de Juán es el más simbólico y místico. Juán fue el único de los evangelistas que conoció directamente a Jesús (el testigo). Es destacable el pasaje en el que Jesús le dice a Nicodemo que debe volver a nacer. Pero Nicodemo no lo entiende; ingenuamente piensa que ha de volver a salir del vientre de su madre. Jesús le insiste en que no se trata de eso, sino de nacer de «lo alto», «de arriba». Algo así como «caminar sobre las aguas». Pobre Jesús… ¿cómo explicarlo en aquella época?

tetramorfos

A los cuatro evangelistas los podemos encontrar en numerosas iglesias junto a Jesús en el denominado Tetramorfos. A partir de ahora puede que ya no lo sientas como algo tan lejano a ti y a lo que ocurre en tu vida.
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