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En muchas ocasiones nos sobrevienen emociones de forma súbita y nos cuesta controlarnos. Cuando las respaldamos es probable que después nos arrepintamos de nuestros actos. Me refiero a emociones dañinas tales como la ira, la envidia, los celos, la avaricia, la rabia… Se trata de emociones habitualmente asociadas al miedo. Miedo a no conseguir nuestros deseos o a perder lo que ya creíamos seguro.

Pero… ¿Cuál es el origen de las emociones?

Nos resulta fácil vivir distraídos en nuestra mente, como soñando despiertos. Y mientras lo hacemos, sin darnos cuenta, rendimos culto a distintos objetos de deseo o abstracciones mentales. Así, poco a poco, puede ser que terminen por adueñarse por completo de nuestra atención. Suelen tratarse de distintos recuerdos o expectativas con las que nos vamos encontrando cada vez más y más identificados. Distracción a distracción, sigilosamente, desde nuestra intimidad, les vamos concediendo poder hasta que tales deseos logran hacerse los verdaderos dueños de nuestros intereses, así como de nuestras intenciones más secretas.

Establecida en nuestro interior una concreta intención, quedarán también determinados nuestros futuros juicios. Son los denominados juicios latentes.

Ya sólo será cuestión de tiempo que emitamos el correspondiente juicio; lo de menos es quién lo recibirá. Conforme a mis personales objetivos, mediré. Y si algo o alguien me acerca a ellos, será bueno para mi. Y si ocurre lo contrario, entonces será malo para mi, me caerá simpático o por el contrario antipático, pertenecerá a mi grupo de amigos o al de mis enemigos, le abrazaré o le odiaré. Tarde o temprano juzgaré y las emociones me podrán. Tratarán de impulsarme a hacer cosas de las que luego, seguramente, me arrepentiré. Ya no seré yo el que actúa, sino que me veré sometido a impulsos que me maltratarán la vida en mi, en los demás o en el planeta. Sin saberlo, me habré convertido en una persona dañina; tóxica desde un punto de vista emocional.

Pero afortunadamente la vida no tiene por qué ser siempre así, no somos un caso perdido. Existe la alternativa de una vida sin distracciones mentales. Pero no es fácil, requiere disciplina, entrenamiento, vigilancia… No hay atajos en esto, ni trampas, ni recetas mágicas de autoayuda.

Estimado lector, si te interesa mejorar tu nivel de atención, puedes empezar por distinguir entre lo que es un pensamiento fuera de contexto (enfocado en alguna obsesión mental), de lo que es un pensamiento inherente al contexto que vives en cada momento. Los pensamientos del primer tipo son dañinos (interesados, egoístas) y contrarios a la vida y la naturaleza. Mientras que los segundos son sanos (altruistas, del presente). Debes saber que estos últimos, aunque pueda parecerte lo contrario, no te pertenecen, sino que le pertenecen a la propia inteligencia vital. Una inteligencia que fluye a través de ti de manera sincronizada con el resto de la orquesta viviente. Los pensamientos vinculados al contexto son los únicos habituales en las personas que viven centradas. Y no existe mejor vacuna para el dolor emocional (incluso contra la aparición de muchas enfermedades) que la aplicación práctica y constante de estos principios.

Contrariamente a lo que se espera de algunas disciplinas de meditación, bajo éste estado de alerta no se busca dejar la mente en blanco, sino tan solo percibirla mientras la trasciendes. Eso es atención plena o mindfulness. Es, sencillamente, usar la mente, más no dejar que ella te use a ti. Y es, también, liberar la mente y los pensamientos de su habitual carga emocional. La carga emocional derivada de la influencia de nuestros particulares intereses subjetivos. Así es la mente que no mide.

Estimado lector ¿Recuerdas alguna ocasión reciente que te sacara de tus casillas?

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